La mujer renacentista utiliza el arte de la cosmética y dedica una especial atención a la cabellera que tiñe de un color rubio que a menudo tiende al rojo. Su cuerpo está hecho para ser exaltado por los productos del arte orfebre, que son a su vez objetos creados según cánones de armonía, proporción y decoro. El Renacimiento es un periodo de iniciativa y actividad para la mujer, que en la vida de la corte dicta las leyes de la moda y se adapta al boato imperante, pero no descuida el cultivo de la mente; participa activamente en las bellas artes y tiene habilidades discursivas, filosóficas y dialécticas. Más tarde el cuerpo de la mujer se muestra públicamente, con una expresión privada, intensa, casi egoísta, difícil de descifrar desde un punto de vista psicológico y a veces deliberadamente misteriosa.
Este cuadro renacentista de Miguel Angel nos presenta una mezcla de elementos artísticos. El vestido de la mujer es romano pero lleva una capa que sale de lo tradicional; su manera de sujetarse el cabello no es grecoromana, es más cristiana (por así decirlo). Sus brazos están contorneados, aunque el resto de su cuerpo se esconde debajo del ropaje (no se marcan sus senos), así mismo los personajes desnudos del fondo presentan una anatomía estudiada. Este cuadro tiene profundidad y diferentes planos entre los personajes, así como manejos de las sombras. Además, maneja elemntos arquitectónicos. Se puede ver como la figura femenina tiene un pergamino en su mano, algo llama su atención según indica su mirada. Su pose no parece provocativa.
La pintura Manierista tiene sus bases en la obra de Rafael y de Miguel Angel, quienes transmitieron el manejo del color y la línea dinámica. Después de 1533, la pintura deriva hacia un estilo cortesano, donde lo artístico se convierte en ornamentación o artificio, y la forma no constituye parte de la estructura de la obra, si no aparece superpuesta como revestimiento o decoración externa. Es claro que el cuerpo femenino ha tenido una evolución a través de la historia humana y del arte. Su adoración pasó de rito religioso a exaltación puramente de la belleza. Su cuerpo pasó de ser un símbolo teológico a un ideal armónico de sensualidad. Así mismo su rol dentro de la sociedad ha evolucionado y seguirá haciéndolo a través de los posteriores movimientos artísticos; pasará de simple musa a creadora de arte.
La Venus de Urbino de Tiziano retrata una joven consciente y orgullosa de su belleza y su desnudez, no existe ningún elemento que provoque la sensación de un distanciamiento "divino". Ella mira de un modo dulce, cómplice y decidido al que la observa mientras su mano izquierda se apoya sobre el pubis. Las flores resaltan el aura de erotismo ya reforzada por la luz casi dorada que ilumina al cuerpo. El color claro y cálido de cuerpo produce una impresión de sensual indolencia, realzada en el contraste con el oscuro del fondo y el colchón. La fuga de perspectiva se dirige hacia la derecha y está acentuada por las criadas figuradas totalmente vestidas y con tonos fríos que aportan una cuota de realismo, la presencia de la columna y el árbol en el punto de fuga, y los sucesivos planos iluminados y sombreados que se resaltan en las baldosas. Tiziano innova al exponer la voluptuosidad merced al tratamiento resuelto del desnudo y a la gran pureza formal del conjunto.
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