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miércoles, 31 de octubre de 2007

Realismo

El Realismo como movimiento artístico surgió a mediados del siglo XIX bajo la influencia del positivismo científico. El realismo pictórico alcanzó su máximo esplendor en Francia; se caracteriza por que los artistas dejaron a un lado los temas sobrenaturales y mágicos y se centraron en temas más ordinarios (la vida cotidiana). Los cambios fundamentales que hacen que se pase del Romanticismo al Realismo son: la definitiva implantación de la burguesía que prefiere saborear los placeres de la vida; la conciencia en los artistas de los terribles problemas sociales de la industrialización (trabajo para niños y mujeres, jornadas laborales interminables, condiciones insalubres, inhumanas); desencanto con los estímulos revolucionarios que llevan al artista a olvidarse del tema político y a centrarse en el tema social. El objetivo del movimiento era conseguir representar el mundo del momento de una manera verídica, objetiva e imparcial; por lo tanto, no puede idealizar. La única belleza válida es la que suministra la realidad, y el artista lo que debe hacer es reproducir esta realidad sin embellecerla; cada ser u objeto tiene su belleza peculiar, que es la que debe descubrir el artista.


El arte comienza a derivar hacia un camino político, serán autores de militancia política concreta e incluso activa, lo que trasladan a su pintura como mecanismo de denuncia. Los pintores están más preocupados por la iconografía que por la técnica, pues siguen usando los mismos instrumentos que en el pasado, no innovan. Las espigadoras de Jean Francoise Mollet, representa la pobreza de unas mujeres campesinas inclinadas en el campo para recoger las sobras de los campos cosechados. Recoger lo que ha sido dejado después de la cosecha era visto como uno de los trabajos más denigrantes de la sociedad (existe la misma idea dentro de pasajes bíblicos). Aún así, Millet describe a las mujeres de forma heroica, de forma tal que son lo principal en la pintura. El cuadro no muestra mujeres de belleza idealizada, en actividades de ocioso o reposo, con ropajes elegantes y finos; no muestra paisajes épicos, luchas mitológicas o eventualidades naturales asombrosas. Es un campo común y corriente.

La Lavandera de Honoré Daumier retrata una mujer trabajadora y a la vez madre; de ella desprende el sufrimiento del trabajo agotador que las clases humildes desempeñan. Nuevamente se aprecia un cuerpo femenino robusto, fuerte, el reflejo de una heroína monumento a la honradez (según la ideología del socialismo); no hay rastros de feminidad idealizada. No se ve a una mujer gozando de los placeres de la vida, o desempeñando un trabajo que le cause dolor; no hay aristocracia ni en su entorno ni en su forma de vida.

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